Potencia y posibilidad de un cuerpo encerrado

Inquieta recuerda…

– Mauricio Manchado y María Chiponi –

 

Si trazamos una línea imaginaria sobre los modos de castigar de antes, durante y en la pos-modernidad, veríamos que el cuerpo ha sido la materialidad predilecta donde se inscriben las marcas de lo que debería desaparecer, corregirse u ocultarse. El relato de Kafka sobre la colonia penal posiblemente sea la exágesis de esa combinación fatal; allí el cuerpo es arrojado al olvido para marcar, sobre los pliegues de su superficie, la ley incumplida y el ocultamiento de sus excesos con el destino ineluctable dela muerte. Pero sin llegar a esos extremos, basta con revisar rápidamente el emblemático libro que Michel Fuolcault escribiera hace precisamente 40 años, Vigilar y Castigar: el nacimiento de la prisión, para observar como Damiens, tras un insoportable suplicio, era desmembrado en la plaza pública, o dar cuenta de cómo la cárcel en tanto propuesta humanizadora del suplicio, marcaría los cuerpos- y almas- de los detenidos, imponiendo una disciplina que se ocuparía hasta el más mínimo gesto. Lo que vino después del fracaso resocializador de la cárcel moderna no es más que la concepción de un cuerpo desechable, un residuo que ni siquiera vale la pena intentar reformar, sino que basta con enviarlo a esos nuevos vertederos humanos en que se convirtieron las prisiones.

Así dispuestos, los cuerpos encerrados son objetos de múltiples condicionamientos institucionales que imprimen límites, imposibilidades, reducciones, procesos de deshumanización y des-subjetivación, dados por la aplicación de principios disciplinarios (organización del tiempo, el espacio y la clasificación interna), complementados con lógicas informales que imprimen modos de hacer en la cotidianeidad carcelaria produciendo efectos corporales y fortaleciendo estereotipos sociales que encorsetan las subjetividades encerradas. La imposibilidad se hace presente cuando la institución sostiene que no importa lo que el detenido haga durante su tránsito en el encierro, ya que al regresar no tendrá muchas más opciones volver allí. Eterno retorno reforzado de las condiciones infrahumanas de habitabilidad, o en arbitrariedades de la fuerza que no tienen eco más allá del propio cuerpo encerrado, marcado, olvidado. El individuo se convierte en su causa penal, será para siempre ladrón, homicida, estafador o violador porque así lo entiende la cárcel, y se encargará de recordárselo a cada minuto. Prescripto a estos esencialismos, quien vivencia el encierro se convence de que su cuerpo no puede más de lo que es, superficie de inscripción de los imposibles, de la limitación de movimientos, de tolerar lo intolerable, de ser objeto y balance del poder carcelario.

Pero el cuerpo es y puede mucho más que eso: su potencia lo habilita a construir prácticas, discursos y lazos diferenciados a los propuestos históricamente por la prisión. Y su mayor potencialidad está ligada a la creatividad, a la posibilidad de pensarse en una clave distinta a la naturalizada por el entramado carcelario. Un entramado que hace funcionar la maquinaria subjetiva sobre la base de unos discursos que funcionan adecuando socialmente, donde la rehabilitación, la recuperación o reinserción –ideas positivas ancladas en la degeneración biológica, hereditaria y social-, no hacen que más que reforzar estigmas vulneradores de derechos humanos. La potencia del cuerpo está en inscribir líneas de fuga en ese complejo absorbente que es la cárcel, donde las esencias se fortifican, y los movimientos se vuelven cada vez más pesados, no sólo por la propia delimitación material de las rejas sino por las prescripciones subjetivas en las que sumen a sus habitantes. En ese conjunto no sólo están privados de su libertad, sino también el resto de los actores carcelarios, ya sean directivos, guardias, profesionales, docentes y actores externos, que en repetidas ocasiones atentan contra la potencialidad del cuerpo encerrado. Muchas veces fortaleciendo el discurso del “no podés”; otras tantas reforzándolas dualidades propias de una institución centenaria; y en algunas más delimitando los campos de acción. ¿Qué puede un cuerpo encerrado? Mucho más de lo que el propio cuerpo puede cuando los espacios simbólicos y materiales se sostienen desde una construcción colectiva. Mucho más cando ese cuerpo es parte y productor de la construcción de sentido, cuando ese cuerpo es objeto y sujeto, o más bien objeto y subjetividad en proceso de transformación; no de rehabilitación, sino de mutación, de nuevos modos de subjetivación a través de la participación: de procesos identitarios que irrumpen en el transito carcelario haciendo de esa etapa precisamente eso, un tránsito, una trayectoria a recorrer habilitando singularidades, nuevos imaginarios, otras auto-percepciones; de líneas de fuga que producen devenires, devenir-preso, un devenir-artista, un devenir-agente cultural, un devenir-otro, un devenir-cuerpo. Resistencias casi imperceptibles que interpelan esas formas de poder que cotidianamente categorizan al sujeto encerrado. Pequeñas luchas, movimientos infinitesimales que tienen otra circulación, que interrogan en un ejercicio de búsqueda las posibilidades, de saber quién es cada uno, de saber de lo que es capaz cada cuerpo cuando el deseo es motor de trayectorias creativas en el encierro. Es en ese punto de inflexión, en ese límite peramente que constituye la relación de poder, donde una estrategia de resistencia se visibiliza, en palabra y cuerpo, en potencia productiva. Espacios de sociabilidad, circularidad, construcción de territorios, en los cuales los cuerpos se singularizan en procesos colectivos, donde entraman lazos, relaciones y discursos habilitando nuevas dimensiones emporo-espaciales que agrietan aquella histórica lógica de control y seguridad que sume a los cuerpos encerrados en un registro de imposibilidad Potencialidades que se activan al recorrer espacios de expresión que, en el mismo contexto de encierro, abordándola dimensión de lo sensible, de los posibles, interpelando, interpelando tanto los esquemas de percepción y acción cotidianos, como las trayectorias subjetivas pre, durante y pos encierro. Condiciones de posibilidad dadas en un contexto de imposibilidades que ubican al cuerpo como potencia y materialidad desde la cual construir tras realidades posibles.

Tales fueron y son los objetivos de los talleres de educación no-formal que se vienen realizando, por ejemplo, en la Unidad Penitenciaria n°3 de la ciudad de Rosario en sus múltiples expresiones  (comunicación, periodismo, arte, títeres, filosofías, teatro, música, radio y cerámica), y cuyos efectos principales pueden reconocerse en cómo se han modificado las auto-percepciones de las personas privadas de su libertad al transitar esos espacios. No solo porque lograron disputarse una batalla identitaria a la prisión sin apelar a una lógica violenta, sino también porque pueden proyectarse  de otro modo en el afuera a raíz del compromiso y las responsabilidades asumidas con las tareas propuestas por esos espacios; concibiéndose así como agentes de transformación en y de sus propias realidades, y percibiéndose como sujetos políticos que más allá de aquel mal trago del encierro son hacedores de otro horizontes posibles. Emprendedores culturales que han logrado publicar revistas, realizar producciones audiovisuales, obras teatrales, intervenciones artísticas, programas de radio y objetos artesanales, cuya máxima y colectiva expresión fue la participación en las más importantes.

 

Mauricio Manchado es doctor en Comunicación Social por la UNR y Post-doctor en Comunicación, Medios y Cultura” por la UNLP. Es becario post-doctoral del CONICET. Integrante del Área Antropología Jurídica de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y del Centro de Investigación en Mediaciones(CIM) de la Facultad de Ciencia Política y RRII (UNR). Mail:mouriom@steel.com.ar

María Chiponi el Licenciada en Comunicación Socialo por la UNR. Estudiante de la Maestría en Estudio Culturales. Docente del Curso de Ingreso de la Carrera de Comunicación Social. Formada en Ludopedagogía, psicodrama y comunicación popular. Coordinadora del taller de Comunicación y Cultura en l Unidad Penitenciaria N°3 de Rosario. Mail: mariachiponi@hotmail.com

PH: Guillermo Turin.

Archivo ed. N° VIII «El Cruce».

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