Escribe Inés Maguna
Hace algunos años que las mujeres que bailamos, enseñamos, investigamos y creamos dentro del universo de la Danza Folklórica, venimos abriendo interrogantes en relación a los roles de género dentro del lenguaje, como así también sobre otras cuestiones que son muy propias de lo folklórico. Nos preguntamos también por el lugar que tienen las corporalidades disidentes, las no hegemónicas, y un espectro que queda afuera de la escena folklórica y del discurso de la mayoría de las prácticas pedagógicas. Son muchos los ejes en tensión en este sector de la danza – y las narrativas que la acompañan – y es mi intención compartir algo de todo esto.
Si bien, nuestras danzas se apoyan en ciertas tradiciones que vienen de mucho tiempo atrás -y esto es sin duda, muy nutritivo y peculiar del lenguaje- hay ciertas aristas de la tradición que se hallan muy arraigadas y que ya no sólo que no nos identifican sino que a muchas de nosotras nos resultan muy incómodas.
Las bailarinas folklóricas buscamos el cruce, la experimentación con otros lenguajes, como así también estamos inmersas en un grito colectivo que pide que se transformen miles de prácticas hetero-patriarcales que ya están por demás de obsoletas.
Aprendemos de lo que acontece en la multiplicidad de danzas con las cuales convivimos: la danza contemporánea, el Contact improvisación, Danzas Urbanas, entre otras y observamos cómo estos lenguajes son habitados con más libertad e igualdad de género, tal vez desde sus inicios, y en algunos casos, se nos presentan como horizonte, un espejo, algo por lo cual estamos en constante trabajo y pleno aprendizaje. Así como también nos ronda una necesidad de que estos lenguajes escénicos dialoguen con nuestro lenguaje, nos observen. Nutrirnos mutuamente.
Una inmensa red de mujeres nos encontramos en conversaciones sobre qué queremos, cómo queremos que sea esta danza colectiva. Recordamos como fue nuestra formación y cómo fue también nuestra necesaria transformación en el camino andado. A veces un poco indignadas, recordamos situaciones que hemos vivido como estudiantes en las clases, y que consideramos urgente repensar en simultáneo que vamos proponiendo acciones muy concretas y nuevas propuestas tanto pedagógicas como escénicas.
¿Hay un deber ser para la mujer en la Zamba? ¿Queremos ser airosas, sutiles, donosas, esquivas, un poco tímidas, como sugieren los manuales de Danza Folklórica y muchas narrativas que circulan en clases y letras de nuestro cancionero popular? ¿Necesitamos de un hombre para bailar en escena? ¿Qué representación social de la mujer aparece en la mayoría de las propuestas escénicas? ¿Podemos habitar un malambo, un modo de zapatear a nuestro modo, sin estéticas pre-establecidas? ¿Qué aspectos de lo tradicional queremos seguir bailando, reproduciendo?
Estas preguntas no son nuevas, nos las hicimos las Mudanceras (grupo de danza y malambo que formamos en Rosario en el año 2014 y se disolvió en pandemia), hace muchos años, antes incluso de que existieran las categorías de malambo femenino en certámenes, festivales y competencias. Se lo preguntaron compañeras mujeres de muchas ciudades de nuestro país al mismo tiempo.
Lo respondimos, de alguna manera, habitando la danza y las mudanzas tradicionales a nuestro modo, con una estética que se fue dando de un modo natural, y que no se identificaba con ciertos cánones de la estética tradicional folklórica. Bailamos mudanzas viajeras, y antiguas, de otras tierras y de estas. Las re-creamos con coreografías y diseños que nos entusiasmaban, las entramamos con textos y poesía en nuestras obras de teatro- danza. Esto generó simpatía y rechazo. Una vez un hombre malambista -bailarín profesional- me preguntó ¿para qué zapatean? ¿Qué lugar nos queda a los hombres en la danza?
Claro que cuestionar los roles, la tradición y lo que cada unx puede hacer dentro de ella puede despertar incomodidad, y la pregunta de cómo nos reacomodamos y cómo nos vinculamos. Sucede así en la vida, como en la danza. Y es inmensa la riqueza que esto trae.
Algunos de los interrogantes que expuse arriba aún siguen en debate, otros fueron respondidos, otros tal vez solo abran más preguntas.
Los espacios de formación, los espacios académicos, los lugares de competencia por nombrar algunos, van apropiándose lentamente de estas preguntas que nos atraviesan como sociedad y que deseamos hacer acto en nuestras clases, en los cursos que ofrecemos, en las narrativas tradicionales, así como en los modos de habitar la Danza.
Aún así, se siguen reproduciendo a lo largo y ancho de nuestro territorio, en ciudades y pueblos, modos de habitar la dimensión del folklore donde existen muchas diferencias de género y discursos muy adoctrinantes para las corporalidades femeninas.
Corre el año 2023, y ya empapadxs de una ley de E.S.I en todos los niveles de la educación, seguimos viendo que hay certámenes y festivales donde la categoría de malambo femenino no existe, solo por citar un ejemplo de lo que vemos en estos espacios, que de alguna manera son también circuitos de legitimación de ciertas arterias de lo que es folklórico y de lo que no.
Vemos también, que la narrativa de las leyendas de nuestro folklore intentan ejercer control sobre nuestras acciones como mujeres -lo que deberíamos hacer en nuestros vínculos y cómo debemos comportarnos ética y moralmente- justificando incluso femicidios por parte de los protagonistas de estas narraciones: en la mayoría de ellas, las mujeres tienen finales trágicos (tal es el caso de la Telesita, El alma mula, la Crespina, Kakuy, por citar algunas de las más populares).
En algunas escuelas de nuestro país se siguen enseñando estas leyendas sin una perspectiva de género que dé herramientas críticas a este mensaje intervenido por la iglesia católica en su totalidad.
El folklore -la sabiduría de nuestro pueblo- se vuelve tierra fértil de debate, entramado de preguntas que habilitan nuevos modos de transmitir, de recibir, de crear territorios dinámicos y vitales. Modos que no sólo enriquecen a mujeres y disidencias, sino también a esos hombres con quienes deseamos seguir bailando, en pareja, en ronda, zapateando a la par, en abrazo hermanado y sincero.
Bailamos, gestamos y gestionamos espacios de formación, de creación donde poder también visibilizar nuestras incomodidades, nuestros enojos, nuestros hallazgos, nuestras celebraciones, nuestro goce y nuestras libertades ganadas.
Más alegres, más rebeldes, más libres, más autogestivas, más maduras, más creativas, más colectivas, más entramadas, más zapateadoras, a veces un poco indignadas, otras entre risas, vamos abriendo y multiplicando caminos que alberguen, acaso contengan pluri-corporalidades y otras formas de vincularnos con la danza, su aprendizaje y su aspecto creativo.
Buscando tal vez que estos caminos sumen alternativas, brinden opciones y sumen modos de construir y de crear más sensibles, más abiertos, más inclusivos y amables, que acaso abracen las diferencias y habiliten modos de valoración y expansión para todxs.
Inés Maguna.
@inemaguna
Docente de Expresión Corporal, bailarina, directora e investigadora en danzas folklóricas. Coordinadora y gestora de espacios de formación en relación a la Danza (Cursos, talleres y Retiros). Docente en la cátedra Movimiento y Cuerpo en Institutos de Formación Docente (Ministerio Educación Santa Fe). Es co- fundadora de Mudanceras, grupo de danza y expresión folklórica de la ciudad de Rosario. Se formó en Video Danza. Actualmente coordina un Curso en la Universidad Nacional de las Artes junto a colegas de distintas provincias de nuestro país (El rol Femenino en las Danzas Folklóricas).