Por María Victoria López.
La virtualidad ya se nos hizo cotidiana para finales del 2020 y para culminar el año una tarde se presenta oportuna para unir a investigadoris en danza de distintos puntos de Latinoamérica. A la reunión asistimos puntuales y con lapicera en mano para tomar nota de todo lo que se debatirá en distintos acentos que cruzan el voceo rioplatense, el tú y el portuñol. Ante el conteo de 3, 2, 1 se lanza la danza a la virtualidad de YouTube para abrir el diálogo al público que está en algún lado detrás de otra pantalla.
Julia Logiódice va a ser la mediadora de la mesa, hilando y despuntando los encuentros que se den entre los investigadoris, aclarando desde un comienzo que se siente una infiltrada porque su experienza está ligada al teatro en realidad, pero todes la aceptan por ser parte de las artes escénicas. Para comenzar cada une se presenta para, partir de allí, profundizar el intercambio. Eso sí, la pregunta a la que todes deben responder es ¿Cómo les invitades a la mesa llegaron a investigar sobre la danza?
Se verán idas y venidas, donde cobra relevancia siempre el lugar del cuerpo y cómo se lo aborda geográfica y académicamente. Cómo ese divorcio de mente y cuerpo no existió para les investigadoris y con sus estudios, no sólo demuestran esto, sino que profundizan en sus complejidades sociales, políticas y culturales.
Uno de los temas es obviamente la doble pertenencia al mundo de la danza y la academia, y la jerarquización de estos saberes. Ana María Tamayo Duque de Colombia, quien toma la posta primero, demuestra cómo las pasiones y ámbitos del conocimiento van a regir tanto la vida personal como académica de ella. Aunque sea para que una (la danza y su enseñanza) haya servido para costear la otra (la carrera de Antropología).
Marcela Masetti por ejemplo, viene del campo de la Psicología y como bailarina formó parte del grupo de danza contemporánea de Cristina Prates. Su Maestría se desarrolla en torno a investigar la danza en Rosario de la década del ´60 a los 2000, donde se plasman distintas corporalidades en escena. Trabaja desde el Instituto Provincial Isabel Taboga principalmente para analizar qué pasaba con la formación ahí.
Silvia Dalquist tiene su pata académica desde la Antropología, lo mismo que Mariana Sáez de La Plata. La primera transita la Expresión Corporal, la segunda la danza y, si bien, coinciden en las herramientas que se aportan estos campos de conocimiento, ven a su vez la necesidad de ser críticos para lograr interpretaciones por fuera de las lógicas hegemónicas.
Eugenia Cadús, por su parte, es quien se muestra más escéptica de cómo algo tan disciplinar como la danza clásica o danzas académicas podrían transformar y hacer crítica la investigación. Insta a no reproducir y buscar otras voces. Expresa su preocupación por la existencia de una validación de lo que bailo y estudio, del peso de esos saberes y esa es una de las batallas culturales por librar. En este sentido, Logiódice llama a hacer un tajo con fórceps con las condiciones de producción académicas. Asimismo se anima en que estamos creando estos caminos.
El cuerpo como lugar identitario va a ser otro punto saliente. Mariana Sáez manifiesta que para profundizar la comparación en sus estudios de danza contemporánea, apeló al circo. Aquí encuentra las marcas corporales presentes como huellas de distinto tipo: identitarias, de clase, y de cómo pensar el cuerpo. Tamayo Duque marca la importancia de los bailes para su país y cultura, considerádolos una “cápsula de la identidad nacional”. Masetti, en este punto, analiza las relaciones de danza y género, y las relaciones también de les coreógrafes en las distintas generaciones respecto a distintos temas como las violencias, los cuerpos, los feminismos y el artivismo.
La danza y el espacio es otro tema que surgió entre las exposiciones. El lugar de lo público y lo privado a lo largo de la historia y en el contexto actual. Tamayo Duque expone sobre el proceso de reconstrucción nacional de Colombia, el lugar de los cuerpos y el espacio en esto; y cómo todo se ve afectado y fragmentado ahora sin la presencia. Logiódice va a llamar a ésta, una “experiencia moderna de división social”. Entonces uniendo al continente sudamericano aparece Rafael Guarato de Mina Gerais, Brasil a quien se le va a agradecer el portuñol que adoptará para comprender mejor su postura. Enfatiza el lugar de la periferia, de la danza en la calle, en la rúa, del espacio público en la danza, es decir, del encuentro. Estudia qué hay del otro lado del relato de la danza hegemónica, otras historias de la danza que merecen ser contadas e investigadas. Victoria Fortuna que, aunque su nombre no lo aparente, es de Estados Unidos pero está en Buenos Aires. Aporta una mirada más macro, al percibir cómo el contemporáneo se centraliza en las historias de Estados Unidos y Europa, que se presentan como protagonistas. Pero señala que en la Argentina hay historia, cruzada con la política –porque todo acto performativo y artístico es político- y que este cruce en inglés tampoco aparece. Ella se refiere entonces con los términos colonialidad e imperialismo en la danza, ya que la danza no es sólo del Norte. La distribución política que se da geográficamente existe también como una distribución de poder en la danza. En este sentido, Dalquist remarca que la división Centro- Periferia de la danza se da no sólo a nivel continental/global, sino que dentro del mismo país, donde el centro es ocupado por Buenos Aires y Rosario ocuparía la periferia.
Más sobre danza y política quedó pendiente de profundizar. Tamayo Duque llegó a llamar la atención sobre la despolitización de la danza contemporánea y la necesidad de construir desde otro lado. Rescata que las prácticas somáticas se hacen políticas en Colombia por el conflicto vivido. Natalia Perez se coló para señalar el giro que da todo con el feminismo y que las prácticas somáticas son políticas en su profundidad. Masetti añade que la política de los cuerpos, es una política de inclusión-exclusión, y llama a pensar qué cuerpos importan en la danza y para la danza.
Guarato apunta sobre la experiencia dictatorial, las relaciones de convivencia y resistencia de los grupos, donde la supervivencia se logró por lo primero en el caso del Ballet Estable de su lugar. Por otro lado, se ejemplifica con Teatro Abierto como una experiencia de teatro militante que dió su batalla contra lo hegemónico. Logiódice dice que en las décadas del ‘70 y ’80 la política se dio en procesos más micros, en esos distintos modos de habitar radicaba su potencialidad. El Teatro Colón no escapa a todo esto y Cadús señala sobre las relaciones de danza y peronismo, que éste popularizó otros espacios y consumos.
Para finalizar también se apela a la pregunta, a la duda y la reflexión. Para seguir investigando y cuestionando nuestras prácticas de investigación, creación y enseñanza, discutiendo necesidades y requerimientos para la danza, para ser bailarine o investigadori. En realidad, este fue un paso más de tantos otros que quedan por ejecutarse.
*Por Ma. Victoria López, (Rosario, 1992). Bailarina, investigadora, politóloga. Su vida está atravesada por el movimiento, bailar y viajar son sus pasiones y son experiencias culturales que, en definitiva, la conectan con otros mundos. Egresada de la Esc. Municipal de Danza “Ernesto de Larrechea”, fue bailarina del Ballet Estable Municipal y de The Jazz Club de Verónica Mensegues. Expuso sus trabajos de investigación sobre la danza, el espacio público y políticas públicas para el sector en Congresos de Buenos Aires, Ciudad de México y Bogotá. En cuarentena defendió su tesina para ser Licenciada en Ciencia Política en la UNR y también finalizó el Profesorado en Danza Contemporánea en el Instituto Isabel Taboga. Además, está a cargo de Rosario Free Tour, proyecto cultural donde invita a caminar y conocer la ciudad tanto a propios como a ajenos. Baila en UMAMI, grupo que formó en 2018. En 2021 lanzó el primer programa de radio dedicado exclusivamente a la danza junto a su blog homónimo tengodanza.com