Acerca de LOS SUEÑOS fotomontajes escénicos

Crónica de obras.

Acerca de «LOS SUEÑOS»

Escribe: Magdalena Torno

Viernes seis de agosto, dos días para la luna nueva. Acepte una invitación que hace que me estés leyendo hoy. Tomo un taxi, pues día dos de menstruación. Bajo, camino hasta el CEC, huele a rio, esta oscuro, la negrura no permite encontrar el horizonte.

La última vez que vi una obra fue en febrero, puedo palpar las ansiedades de quienes estamos en la antesala después de otros casi cinco meses de suspensión de eventos culturales en la ciu

dad. La fila avanza, camino expectante, las veo de lejos, en red se sostienen, comparten equilibrios, brazos en omóplatos, manos en hombros y rodillas, sentidos activados que expanden el encuentro y nos convidan una bienvenida bienviva, latente. Nos esperan y cuando lo creen oportuno comienzan su recorrido circular para transportarnos a la ensoñación.

En cardumen se desprenden de sus prendas-pieles para adoptar otras, que nos proponen otro tiempo. Se miran, son soporte e impulso para vestirse como pueden entre gestos cotidianos.

Los gestos que las visten es el lenguaje que las encuentra, es el lenguaje que nos ofrecen para viajar de sueño en sueño.

Una valija que se abre desparrama preguntas ¿Es feliz? ¿Cuáles eran sus más ardientes deseos cuando niña? ¿qué sueña? ¿Cómo eran sus padres para con usted y usted para con ellos? ¿Y con sus hermanos?  ¿Qué aspiraba hacer cuando grande? ¿De qué se ocupa actualmente? ¿Está satisfecha con su trabajo? ¿Qué desea que los demás piensen de usted? ¿Le preocupa mucho su opinión? ¿Qué piensa usted de sí misma? ¿Piensa a menudo en la muerte? La obra expone, devela las opresiones de las mujeres argentinas durante una época determinada, pero también una opresión que se actualiza, una opresión que los cuerpos heredan a lo largo de la historia.

 La escenografía con elementos cotidianos sostiene la escena. Un perchero como portal y soporte de todas las pieles que estas siete mujeres habitan durante la obra inspirada en los fotomontajes de la fotógrafa Grete Stern para la revista Idilio entre los años 1948 y 1951. 

Cual confidentes nos presentan reminiscencias especulares que nos anclan en lo salvaje de un sistema patriarcal-capitalista que aniquila el instinto y la esencia, sobre todo en soledad. Caen. Cada una imprime un sonido particular en la caída. El piso las encuentra vapuleadas, cansadas. Sus cuerpos se contraen como peces afuera del agua, se retuercen. En una primera instancia me impresiona y me genera una sensación de ahogo. La imagen sostenida se transforma, deshaciéndose de sus pielesropas redireccionan mi sentir, mi interpretación: la idea de despojo, de un renacer, emerge. Desgajan las capas de sentidos que reprimen y moldean un ser mujer sumiso. Sus cuerpos exigidos por las contracciones, expuestos en su naturaleza se erigen y encuentran la vitalidad individual exorcizando las experiencias traumáticas colectivas. 

Ya no hay lugar para el miedo. No están solas. Son manda. Amigas, hermanas, compañeras, abuelas, amantes, en presencia con el movimiento como motor del decir y compartir, nos pasean por sus deseos, sus desdichas, frustraciones, placeres, denuncias.

Una deidad de los mandatos domésticos a modo de “Kali” ama de casa: que hace, que reproduce, que es lo que puede con lo que tiene, pero al mismo tiempo se pregunta y desmonta apoyada en la grupalidad de esas mujeres que son trama, conjuro colectivo de libertad.

No puedo dejar de pensar en la constante del dolor que encripta el ser mujer, en la herida como huella que las encuentra en movimiento, movimiento que les permite desarmarse para reinventarse en lo común del presente.

Frenéticamente orgánicas, en sus intimidades compartidas, como en ese cuadro de Matisse en el que bailan mujeres desnudas, pero con un agregado de rollos de papel higiénico, las bailarinas tejen red. En sus múltiples niveles atraviesan la escena transicionando al próximo fotomontaje vivo.

 La complicidad las une, el placer las mueve. La luz y la música cambian de forma abrupta. Magmáticas se deslizan, vuelvo a quedar impactada como la primera vez que vi esta parte de la obra. Avanzan como arañas, con sus pelvis, conchas, piernas como protagonistas. Las mueve el deseo de transformarlo todo. 

Hermanadas y en manada se enlazan bailando. Como la pala de una hélice, en friso, y manteniendo la horizontalidad que caracterizó toda la obra nos anclan en el presente luego del viaje compartido. Las luces se encienden y los aplausos nos despiden. 

Me senté en la última fila, decido esperar a que todes salgan para arrancar. La negrura del rio sigue ahí, fijo la vista, pasa un barco, camino despacio. Cercanas a mí dos mujeres comentan acerca de la obra, escucho que dicen que les gustó mucho, sobre todo como las bailarinas compartían el espacio, ninguna destacándose sobre otra, ninguna siendo más protagonista que otra “y eso no es tan común”, termina diciendo una de ellas. Sonrío, develaron la urdimbre.

 

PH: Sofìa Coloccini para Planeta Cabezón.

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