Mucho sabemos acerca del baile como complemento terapéutico, mejora la salud física y mental, fortalece huesos y músculos, ahuyenta el estrés y la depresión, etc., etc., pero también es muy importante hablar de su práctica grupal, lo que ocurre en el baile social, en los espacios creados especialmente para danzar.
En el baile de pareja de abrazo enlazado o de manos tomadas, un cuerpo se acerca físicamente a la otra persona no solamente porque ambos van a moverse al mismo ritmo y cadencia que la música, sino porqué los dos tendrán que ponerse de acuerdo, generando un código de movimiento que consiste en comunicarse con un lenguaje no hablado, donde la percepción, la concentración y la intuición son caminos fundamentales para estas prácticas.
Además, esta conexión personal y musical que ocurre entre cada pareja de baile, integra a la vez a otro movimiento más general, más amplio y abarcativo, el del grupo total de bailarines de la pista, sería como la tierra girando con todos los demás planetas alrededor del sol, sin tocarse ni molestar, otras personas bailando a la par mío y de mi compañero, sin rozarnos y sin mirar, pero sabiendo que están ahí, cerca, experimentando su presencia en esta cancha enrulada, generalmente redonda, amplia y desigual, donde se escucha el bello roce de los zapatos contra el piso, a veces fuertemente como en los bailongos de la cumbia, o del tango o el chamamé, por dar algunos ejemplos de pista circular.
Todos bailan, conviviendo respetuosamente en el mismo estilo de danza, la misma energía, y casi casi la misma respiración.
Esta sincronía me lleva el pensamiento al canto apasionado en el fútbol, donde se ve claramente que la música, la palabra y el ritmo se masifican en un movimiento y sonido únicos, ancestrales y profundos, generado por miles de personas, que se copian las voces y los gestos, a la vez que se miran y sonríen o lloran por su camiseta.
En esas pequeñas danzas circulares de los bailes o los movimientos en los cantos alentadores del deporte, o en los coros expansivos del público de los recitales de rock, se comprueba que el ser humano necesita a ese otro ser humano para verse, sentirse, reconocerse y jugar cantando o bailando, vibrando con el otro, a la par del otro, ese otro que es como yo, que soy yo también. Es un hecho científico, al parecer nos necesitamos para sentir estas sensaciones, en definitiva para ser, no es igual ser sin el otro.
En estas épocas de tanta violencia y locura generalizada, darse un tiempo para tener la posibilidad de conocer y de habitar estos lugares del compartir, para desconectar de lo cotidiano y para conectar con uno mismo sería algo muy importante a tener en cuenta.
Son pequeños espacios – burbuja en dónde no solamente están presentes el trabajo corporal consciente a dúo y la cuestión de la música y el ritmo, sino que también son oportunidades para el intercambio energético y el disfrute entre personas de la misma o de otras edades, géneros y status social, donde lo importante es la alegría y el placer de bailar y compartir, experimentando a veces en una sola canción, en apenas tres minutos, un bonito encuentro danzado.
Por otro lado, a lo largo mi vida profesional como bailarina y docente, me he dado cuenta que el bailarín amateur desea básicamente ejecutar su danza a partir de lo placentero y de lo interpretativo, con elementos simples y resolutorios, basta que el danzarín tenga algo de ritmo y ganas de danzar, estaríamos arribando a buen puerto, pero a esta idea de lo que es BAILAR se opone bastante lo qué muchas veces vemos y escuchamos en los medios de comunicación y hasta en el entorno de la propia familia, que tristemente ridiculiza castigando al extrovertido porque baila, o simplemente se anima a moverse sin prejuicio, sin importarle que «NO SABE» bailar, concepto ridículo y antinatural, inducidos por la vergüenza y el nefasto «que dirán» del siglo pasado, que nada aportan al que quiere bailar y hasta son bastante negativos en términos de la autoestima y la autovaloración.
La realidad es que todos nacemos y al poco tiempo ya estamos bailando, cantando y dibujando, absolutamente prestos al arte y a la expresividad, pero luego las normas sociales y culturales nos encierran en ciertas estructuras llenas de miedos y preconceptos, que van deteriorando nuestra propiocepción y nuestro maravilloso poder creativo…Pero eso eso ya es materia para la próxima …
Y a no olvidar: «EL SECRETO ESTÁ EN EL MOVIMIENTO»,
como dijo alguna vez la genial Patti Smith.
María Cecilia Morini
Bailarina/Coreógrafa/Investigadora