Escribe: Dulcinea Segura Rattagan
La inutilidad como planteo en las artes define una posición en relación a la vida. Lo inútil se opone al consumo, descansa en la temporalidad de la materia, en la lentitud del cuerpo en su estado de presente.
Algo inútil es el título que lleva la pieza que montó el coreógrafo y bailarín Gustavo Lesgart para la Compañía Nacional de Danza Contemporánea en el Teatro Nacional Cervantes. Una obra que tardó una pandemia en concretarse y que se espera que pueda recorrer salas del país, extendiendo su corporalidad en el tiempo y el espacio.
“Danzar: ese modo inhabitual de perder la forma humana”, expresa la gacetilla y al curiosear en la puesta en escena, puede verse fluir a la forma grupo entre medio de las líneas y planos que configuran la estructura de madera con la que danzan les intérpretes.
Con la frase “El gesto: inutilidad que produce mundos”, entramos un poco más en ese universo que propone Lesgart con sus gestos que duran más que un cuerpo y nos sumergimos en lo que fue el proceso de creación de la pieza.
“Lo cierto es que no tenía la más remota idea de cómo iba a encarar una situación de creación para una compañía, teniendo en cuenta que siempre es un reto”, explica Lesgart al recordar cuando finalmente encararon el trabajo de producción que iban a hacer en 2020 con la Compañía Nacional, que se vio interrumpida por el encierro. El coreógrafo refiere que ese reto también residía en que no conocía los modos de producción ni cómo se manejaba internamente esta compañía de la que fue maestro en el segundo semestre del 2019 de manera presencial y continuó en formato virtual durante un semestre de 2020 y de 2021, por lo que los conocía más virtualmente que presencialmente y sólo como docente, no como coreógrafo.
“El tema de la pandemia, del encierro y de todo lo que lo que nos pasó, obviamente no me tocó solamente a mí, también tocó a todo el sistema de producción y a todo lo que tiene que ver con los tiempos y las posibilidades que tenía la compañía”, añade Lesgart, un bailarín sensible con un gran recorrido, que estuvo haciendo grandes esfuerzos para retomar el ritmo de la presencialidad después de mucho tiempo sin contacto, sin esa materialidad que él desarrolla en sus propuestas de movimiento y que la cuarentena parecía haber petrificado. ¿Cómo volver entonces a esa corporalidad, a la materia sensible y a componer con otros cuerpos?
“Llegué a la Compañía Nacional sin tener la más remota idea de qué era lo que iba a hacer, básicamente porque muchas de las ideas que en las que yo había estado pensando y trabajando en la escritura de lo que podía llegar a hacer con la Compañía Nacional, había sido pospuesto muchas veces por la cuestión de la pandemia”, explica el coreógrafo y añade que luego de tantas postergaciones y encierros todo va cambiando, las cosas afectan y los pensamientos e ideas se mueven, mutan. Por eso, al retomar el trabajo creativo decidió probar todas aquellas cosas que no había podido probar en esos años de distanciamiento. Decidió volver a donde había quedado en la última creación que hizo que fue “Notas para la montaña” con Quío Binnetti, en la que había unos listones de madera con los que trabajaron en ese momento.
De ese puntapié inicial, tuvieron que sortear algunos obstáculos relacionados con las condiciones de producción que se convirtieron también en impulsos para resolver cuestiones de la obra, que colaboraron en que se fuera armando. Desde pasar por una propuesta de usar papel hasta llegar a unas planchas de madera que se encastran y que forman parte del movimiento de los cuerpos, además del concepto coreográfico y espacial. Como expone Lesgart: “Empieza a aparecer un concepto que tiene que ver con ese devenir que tiene Algo inútil, entre la idea del cuerpo, del espacio entre los cuerpos, del ‘entre’ que ellos construyen y esa idea de construcción que va se va abandonando en lo físico para convertirse en una construcción del objeto o a través del objeto y que no necesariamente es productiva sino que justamente es improductiva, en la idea de empezar a generar un tiempo más contemplativo, de abandonar un tiempo de producción y de permitirnos estar trabajando en algo que es inútil”, señala el coreógrafo mientras desarrolla esa idea de la utilidad y de lo inútil, afirmando lo nutritivo e importante que es ese tiempo de inutilidad para la vida, porque la vida es algo inútil.
Esas ideas aparecieron en esos tres meses de producción en los que desde un presupuesto elaborado en febrero llegaron a una realización en septiembre, por lo que se había visto reducido enormemente, algo que es habitual en las producciones culturales. Pero Lesgart y la Compañía aprovecharon la situación pensando en hacer tanto el vestuario como la escenografía en la misma Compañía. Entonces la gente de vestuario que habitualmente sólo lava, plancha o cose un botón o una rajadura de pantalón, esta vez cortó, cosió y organizó el vestuario para 20 bailarines, es decir que armaron un taller de costura. “Alquilamos máquinas, la gente de escenografía hizo una mesa de corte, armamos el taller de vestuario y luego también armamos un taller para poder cortar los listones, lijarlos, darle la forma que queríamos para poder hacer también el suelo dentro del que van los bailarines y que luego son la construcción final del volumen”, cuenta el coreógrafo respecto a esta hazaña que los llevó a tener su propia sala de vestuario y de escenografía, al lado de la sala de ensayo, lo que resultó una interacción genial y una experiencia súper nutritiva, según sus palabras.
La propuesta cuenta con un material que es completamente improvisado, en la que todes les bailarines están preparados para ocupar cualquier rol, sabiendo que las personas no son intercambiables y que los bailarines no son números, como expresa Lesgart, y que al improvisar cada intérprete trae un mundo propio que impacta directamente sobre la obra, “y la obra está hecha para que para que eso sea”, remarca el coreógrafo.
Este proyecto que llevó tanto tiempo en su producción, luego de haberse programado en el 2019, haber sido atravesado por la pandemia y haberse concretado a finales del 2022, tiene mucho para seguir recorriendo. Su idea de inutilidad, del tiempo de la contemplación, de la pausa, es realmente una postura ideológica que desde la danza propone otra manera de habitar este mundo gastado por el extractivismo desmedido y el consumo.
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Idea, diseño de escenografía y dirección: Gustavo Lesgart.- Intérpretes: Yésica Alonso, Ernesto Chacón Oribe, Maria Del Mar Codazzi, Magali del Hoyo, Victoria Delfino, Pablo Fermani, diego franco, Liber Andrés Franco, Leonardo Gatto, Juan Salvador Gimenez Farfan, Juan Pablo González, Yamila Guillermo, Victoria Hidalgo, Virginia López, Inés Maas, Nicolas Miranda, Rafael Peralta, Mauro Podesta, Bettina Quintá, Candela Rodriguez, Victoria Viberti.- Diseño de vestuario: Jorge López.- Diseño de luces: Paula Fraga.- Realización de escenografía: Andriy Atamanyuk, Amadeo Chaar, Lautaro Kippes.- Realización de vestuario: Rosa Lafuente, Patricia Martinez.- Música: Erico Schick.- Asistencia: Agustina Sario, Ramiro Soñez.-
DULCINEA SEGURA
IG dulcinea craneapolis
Licenciada en Artes (UBA) y maestranda en Danza Movimiento Terapia (UNA).Desde el año 2016 coordina el Área de Danza y Artes del Movimiento del Instituto de Artes del Espectáculo (FFYL-UBA) En 2018 publica Modelo viva, un libro sobre el cuerpo y la mirada. En este año está por publicar la biografía del bailarín y maestro Freddy Romero, realizado con una beca del FNA y apoyo de Mecenazgo. Coordina la sección Danza de la Revista Llegás. Desde el 2022 es jurado del Premio María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes.